lunes, 15 de diciembre de 2008

EL AMOR ¿INCONDICIONAL?

- Hola a todos.

Hoy quiero referir una historia de amor.

Un amigo mío me contó la siguiente historia:


Yo tuve una novia.
La conocí en un poblado lejano, en un país del sur, donde sólo vivian unos pocos y amables granjeros.
Era la mujer más hermosa de todo el mundo.
La comencé a frecuentar con la bendición de sus padres, ya que siendo yo un profesional de una gran ciudad, inspiraba una profunda admiración entre los habitantes de aquel poblado. Mientras los días pasaban, me convencí de que la amaba más que a nadie ni nada en el mundo, y que debía ser sólo para mi. La reconocí en su hermosura temprana, y la tomé conmigo como una joya preciosa. Ella se enamoró de mi con tal pasión, que aceptó abandonar a sus padres y hogar y escaparse a mi mundo conmigo.

La llevé a mi ciudad, pero como su belleza brillaba cada vez con más intensidad, nadie podía ignorar su presencia. Mi pasión era tal, que me dolía el sólo pensar que ella pudiera encontrar en otro el amor que yo le daba sin cesar. Entonces le prohibí que hablara jamás con ninguna otra persona, como prueba de su amor por mi, y ella aceptó.

El amor era correspondido. Era la cosa más hermosa que yo jamás había sentido: el amor completo y absoluto de ella era para mi. Le preguntaba, a cada momento, si me amaba, y ella me decía todo el tiempo: te amo con todas las fuerzas de mi corazón, con toda mi alma y con todo mi pensamiento.

Yo la quería tanto, que no podía permitir que otros la vieran. Entonces adquirí una hermosísima casa en las afueras de la ciudad, y la rodeé de muros y trampas, para que nadie pudiera entrar. Ella aceptó, me dijo, porque me amaba. No le importaba hacer amigos ni vida social, ella lo único que quería era estar conmigo.

De mañana, salía al trabajo, y de noche, volvía a casa ardiendo en deseos de amor por ella. No bien pasó un tiempo así, cuando no pude soportar la idea de que ella, durante el día y en mi ausencia, pudiera ver a otro hombre a lo lejos y ello incitara su curiosidad por los demás hombres de mi ciudad, así que le cerré puertas y ventanas, le prohibí el jardín y sólo deje entradas para el sol en el techo, y ella aceptó, me dijo, porque me amaba. Y vivimos así un tiempo.

Luego no soporté la idea del techo abierto, y cerré todos los accesos de la casa al exterior, como no fuera unos pequeños orificios para la entrada del aire, y ella aceptó, me dijo, porque me amaba. Y vivimos así un tiempo.

Pero me seguía martirizando la idea de que ella encontrara en otro el amor que yo le ofrecía. ¿y si ella me ama sólo porque no conoce a nadie más?

Como no era posible evitar las visitas por siempre, tuve que hacer algunas excepciones, sobre todo cuando había que recibir algún correo, o habia que hacer algunas reparaciones en la casa. Le expliqué que yo debía mantener en secreto su presencia y su belleza, que eran sólo para mi, así que cuando el día amenazaba con la llegada imprevista de alguna persona, desde muy temprano en la mañana ella se ocultaba en su cuarto y se colocaba una máscara que yo le labré en madera, y se arropaba el cuerpo con trapos viejos. Así pasaba el día entero, y sólo se quitaba su disfraz muy tarde en la noche. Y ella aceptó, porque me amaba y quería satisfacer mis deseos. Y vivimos así un tiempo.

Luego, para evitar los riesgos inesperados, decidí que usaría aquel disfraz indeterminadamente, y sólo se lo quitaría cuando yo quisiera de su amor. Ella aceptó. Me dijo: no te comprendo bien, pero te amo demasiado como para juzgarte. Lo que tu digas, eso haré. Y se sometió amorosamente a mi voluntad. Y vivimos así durante un tiempo.





Entonces sucedió:


Una noche silenciosa y vigilante, mientras vagaba en los pensamientos de mi insomnio, me di cuenta de la verdad.

Me pude ver a mi mismo, y reconocí con espanto mi horrible hazaña con aquella pobre mujer. Pude ver con dolorosa claridad aquel inmenso amor que le permitía soportar la carga de mis deseos y el espantoso egoísmo que rondaba todas mis acciones. Una nueva mentalidad fue tomando posesión de mi consciencia, e inundó mi ser con pensamientos punzantes y sufrimientos nuevos, pero limpios.

Cristalicé la visión de las dolorosas prisiones que había impuesto al amor de mi vida, sustentadas en una profunda desconfianza en mí mismo y en la humanidad. Muchas ideas justificadoras se agolpaban en mi cabeza: “la ciudad era un lugar muy malo, los hombres podían engañarla, “nadie la amaría tanto como yo, “afuera le harían daño, “los demás sólo ven la belleza externa”, etc etc. Pero como si fuera una posesión espiritual, la claridad de mi injusticia prevaleció, y con mucho sufrimiento decidí que era el momento de darle libertad a ella. Mi esperanza gritaba desde el profundo caos de voces que agitaban mi alma, que ella siempre sería mía, que aunque conociera más personas, siempre permanecería el amor que nos teníamos uno al otro por sobre todo lo demás.

Como las decisiones que se toman con firmeza no se aplazan nunca, apenas llegó el alba, con voz temblorosa, le quité máscara mientras le recitaba mi discurso.

Le dije que la amaba con todo mi corazón, que lamentaba haberla sometido a esa esclavitud deprimente, y que a partir de ese momento yo sería un hombre diferente. Que ella ya no tendría que usar la máscara ni arroparse en trapos, que podría vestirse de manera hermosa, que abriría las ventanas y puertas de la casa, derribaría los muros y que, además, ella podría salir a dar paseos por las cercanías. Incluso le recalqué que ese mismo día podía ir a la ciudad y no le prohibiría hablar con otras personas. Que se considerara una mujer libre.

Cerré mis ojos y apreté mi corazón, pero lo que ocurrió luego no lo pude haber adivinado.

Ella se arrojó a mis pies, comenzó a llorar sin control mientras me rogaba que no la abandonara, que ella no podría vivir sin mí, que no quería irse de mi lado, que nada tenía sentido sin mi. Se volvió a colocar la máscara sobre su rostro lloroso mientras se preguntaba en voz alta qué había hecho mal, porqué yo no era feliz como antes, y porqué deseaba que ella se fuera a la ciudad.

*-*-*

Desde ese día, ya no la pude amar más.”


FIN



(SILENCIO)


Alguien del chat habla.

- Aha.

Y … ¿tienes otros finales alternativos?
Me refiero, quizá otros amigos tengan otras historias, ¿no?

- Bueno, si.

Otro amigo me contó la historia de alguien que tenía 100 mujeres, y decidió una noche dejar la puerta abierta. Sólo una escapó, y el decidió que amaba a esa más que a las otras, y salió a buscarla por si acaso ella quería regresar y no sabía cómo.


- Me lo suponía.

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